Cuentos completos by Wilhelm Hauff

Cuentos completos by Wilhelm Hauff

autor:Wilhelm Hauff [Hauff, Wilhelm]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 1831-12-31T16:00:00+00:00


Y fue que los francos eligieron como su rey y señor al primer general de sus ejércitos, el mismo con el que Almanzor había hablado tantas veces en Egipto. Almanzor lo supo y dedujo por las grandes fiestas que había sucedido algo así en la gran ciudad, pero ni se le pasó por la cabeza que el rey era el mismo al que había visto en Egipto, pues aquel general era aún un hombre muy joven. Caminaba un día Almanzor por uno de los puentes sobre el río que atraviesa la ciudad: vio a un hombre con el traje de un simple soldado que contemplaba las olas apoyado en el pretil del puente. Le llamaron la atención sus rasgos y recordó haberlo visto antes. Repasó rápidamente los compartimientos de sus recuerdos y, cuando llegó a la puerta del compartimiento de Egipto, le vino a la memoria que aquel hombre era el general de los francos con el que había hablado a menudo en el campamento y que siempre se había ocupado de él afablemente. No conocía bien su nombre, pero se armó de valor, se le acercó y le llamó como le llamaban los soldados cuando hablaban entre ellos, diciendo con los brazos cruzados sobre el pecho, según la costumbre de su país:

—¡Salem aleikum, Petit Caporal[60]!

El hombre miró asombrado a su alrededor, contempló al jovencito con mirada severa, tratando de reconocerlo, y al fin dijo:

—¡Cielos! ¿Cómo es posible? ¿Tú aquí, Almanzor? ¿Cómo está tu padre? ¿Qué tal por Egipto? ¿Qué te trae por aquí?

Almanzor no pudo ya contenerse y comenzó a llorar amargamente, diciendo:

—¿No sabes lo que me han hecho los perros de tus paisanos, Petit Caporal? ¿No sabes que desde hace muchos años no he visto la tierra de mis padres?

—No quiero ni imaginarme que te hayan traído raptado —dijo frunciendo la frente.

—¡Ah, por supuesto! —respondió Almanzor—. El día en que vuestros soldados se embarcaron vi mi patria por última vez. Me llevaron con ellos, y un capitán, compadecido de mi desgracia, paga un pupilaje por mí a un maldito doctor, que me azota y me tiene muerto de hambre. Pero escucha, Petit Caporal —continuó con toda sinceridad—: es bueno que te haya encontrado aquí; tienes que ayudarme.

El hombre a quien así hablaba sonrió y le preguntó cómo podía ayudarle.

—Mira —dijo Almanzor—, no sería justo que quisiera pedirte algo; siempre fuiste muy bondadoso conmigo, pero sé que también eres pobre y, aunque eras general, nunca ibas tan bien vestido como los demás; a juzgar por tu chaqueta y tu sombrero, tampoco debes estar ahora en la mejor situación. Pero los francos han elegido hace poco a un sultán y sin duda conoces a gente que puede acercarse a él, como su agá, el efendi o su pachá, ¿no es así?

—Sí, bueno —respondió el hombre—, ¿pero qué más?

—Podrías hablarles en mi favor, Petit Caporal, para que pidan al sultán de los francos que me deje libre; luego necesitaría algo de dinero para el viaje, pero tienes que prometerme no decir nada ni al médico ni al profesor de árabe.



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